El inicio del fin

La vejación de obispos, Nuncio y sacerdotes en Diriamba

Guillermo Cortés Domínguez

Diriamba. Enviado Especial.- Mientras obispos y sacerdotes abandonaban precipitadamente la Basílica San Sebastián, de Diriamba entre un corredor de policías, una turba orteguista les gritaba improperios, pero entre los insultos, surgió una nueva consigna que repitieron con especial ánimo, casi hasta el cansancio: “¡Se que-da, Da-niel!”,  “¡Se que-da, Da-niel!”,  “¡Se que-da, Da-niel!”.

Es la versión actualizada de la consigna que miles de partidarios le corearon hace 39 años en la explanada de Tiscapa al dictador Anastasio Somoza Debayle, el primero de mayo de 1979: “¡No te vas, te quedás!”, “¡No te vas, te quedás!”, “¡No te vas, te quedás!”. Y mes y medio después tuvo que huir a Estados Unidos.

Nada indica que lo mismo pueda pasar con el dictador Ortega, pues este hecho ocurre cuando está al frente de una ofensiva militar en todo el país, sin precedentes, que asesina a gente desarmada con un ejército irregular que invade y ocupa ciudades como ocurrió con Diriamba, Dolores y Jinotepe este domingo y que motivó que hoy lunes obispos, sacerdotes y defensores de Derechos Humanos fueran en caravana al departamento de Carazo para auxiliar a sus curas y a parte de los pobladores.

Pero lo ocurrido hoy en Diriamba a un cardenal, un obispo, el Nuncio Apostólico o embajador del Vaticano y una veintena de sacerdotes de la Diócesis que comprende Managua, Masaya y Carazo, podría alterar un poco la historia, pues ya se sabe del poder de los católicos, y hoy estos sufrieron la peor vejación, la más terrible y sucia, la más infame y execrable profanación de sus líderes, de una basílica, una parroquia y símbolos sagrados, que se tenga memoria en la historia de Nicaragua. Haber expuesto desnudo en la calle al padre Bismarck Carballo el 12 de agosto de 1982, se queda corto.

¿Qué impacto tendrá esta brutal profanación?

Esta profanación, por su impacto en una sociedad mayoritariamente católica, podría tener una incidencia profunda entre la feligresía, una influencia crucial en El Vaticano y el concierto internacional, y quizá marcar el inicio de la debacle final de la dictadura orteguista en Nicaragua. “¡Se que-da, Da-niel!”;  “¡No te vas, te quedás!”.

No pudieron hacer nada los clérigos, más bien sus vidas estuvieron expuestas en una operación política-militar planificada por el régimen con turbas de Diriamba, policías y paramilitares que esperaron emboscados a que se aproximaran al atrio de la basílica. Antes, en la carretera, fueron saludados por grupos de personas que salían con sus banderas de Nicaragua y de la Iglesia Católica.

Pero al aproximarse la caravana a Diriamba, la gente desapareció, había policías en Las Cuatro Esquinas y casi nadie en las primeras calles de la ciudad que tenía un aspecto lúgubre, con un aire irrespirable, con el terror flotando en el ambiente, todavía en trance por la invasión y ocupación 24 horas antes de un escuadrón de la muerte armado como un ejército de combate auxiliado de patroles, tractores y camiones, que derribaron tranques y barricadas.

Mientras las turbas se situaban en la basílica, camionetas de la Policía patrullaban la ciudad obligando a la gente a recluirse en sus hogares, mientras cientos de luchadores cívicos se mantenían escondidos en comunidades aledañas y decenas de heridos estaban en casas de habitación.

Que saquen las armas de la iglesia

Era una turba exacerbada, un grupo de militantes y afines del Frente Sandinista, de encolerizados partidarios del dictador Daniel Ortega, de iracundos trabajadores del Estado, no era una turba cualquiera, estaban encolerizados y se sabían respaldados por las armas, estaban conscientes que sus fuerzas policiales y paramilitares estaban ocupando la ciudad, de que están en ofensiva militar y de que en las últimas horas habían causado una treintena de bajas “al enemigo” desarmado”.

En cuanto comenzaron a bajar los clérigos de un microbús, se escucharon las voces acusadoras: “Asesinos”. Después corearon “Queremos la paz”, como hace 35 años el 4 de marzo de 1983, en que esa consigna pronunciada por un grupo de mujeres obligó al papa Juan Pablo II a ordenar “Silencio” nueves veces, en un masivo acto frente a la UCA.

Eran las 11:30 a.m. cuando unas cien personas muy enardecidas rodearon a los obispos en el atrio de la iglesia. Ondeaban algunas banderas rojinegras y poco a poco fueron siendo visibles hombres enmascarados, jóvenes y fuertes. “Que saquen las armas de la iglesia”, se escuchó una voz, y se repitió la exigencia.

Varias mujeres acusaron a los obispos de parcialidad, dijeron que ellas también son parte del pueblo, que estuvieron secuestradas durante dos meses por los tranques y barricadas que había en la ciudad y agradecieron a los policías y civiles armados “que ayer nos liberaron”. ¡Asesinos! Gritó un enmascarado.

Golpes y heridas a los obispos

Un joven dijo: “Han promovido el odio, Nicaragua es de todos”. Un hombre insistía en que dejaran hablar a los obispos: “Tenemos que ver qué nos dicen”, decía, y luego exhortaba: “Hagámonos para atrás”.

Pero una mujer los acusó de “mentirosos” y la vocinglería continuó. Decenas de personas observaban desde el parque mientras la turba les gritaba: “Pueblo únete, pueblo únete”, pero de ese grupo nadie se movió hacia el atrio. “¡Aquí está el pueblo”, afirmó una mujer y luego se escuchó, por segunda vez: Entreguen las armas. Entre las mujeres más activas estaba Maruca Castro y sus dos hijas. Ella es hermana de la ministra de Salud Sonia Castro. También había familiares del vice alcalde de Diriamba.

Los amplios portones de la basílica permanecieron cerrados. Una puerta que se abriera y la turba entraría. Minutos después los clérigos bajaron del atrio y caminaron hasta situarse en la parte de atrás de la iglesia, frente a una puertecita de acceso a la sacristía. “Que viva Daniel” gritó un hombre mayor. Aquí comenzó el forcejeo, aunque solo pasarían los sacerdotes, también entraron los defensores de derechos humanos de la ANPDH y la CPDH y algunos periodistas. Se colaron algunas otras personas que comenzaron a hostigar.

Periodista Jackson Orozco bañado en sangre

Después de la puerta pequeña, otra igual, de vidrio, donde un grupo de sacerdotes de anchos hombros y prominente barriga, contuvieron a las turbas. También estaba uno delgado, muy alto, que jugó basquetbol. Pero no pudieron evitar que golpearan al cardenal Brenes y al obispo Silvio Báez, que fue herido en el brazo derecho. Alguien mencionó que intentaron darle un machetazo.

El padre Miguel Mántica presentaba dos fuertes arañazos al lado derecho del cuello, además, le dieron dos golpes en los testículos y también en la cabeza. Golpearon al cura Edwin Román. También le robaron su celular desde el cual más tarde hubo mensajes ofensivos y vulgares. El nuncio apostólico Waldemar Stanislaw Sommertag fue zarandeado. Uno de los que hizo contención comentó aún con ánimo bromista: “Me siento bien, pero mañana voy a amanecer adolorido”.

Después entraron más turbas y golpearon a varios sacerdotes más y al defensor de DDHH, Álvaro Leiva. Al periodista Jackson Orozco, de 100% Noticias, le dijeron improperios, lo acusaron de dirigir la quema de la parte frontal de Radio Ya, durante un ataque a estudiantes de la UNI que él andaba cubriendo. Le dijeron hasta de lo que moriría y también bascosidades sobre el propietario de este canal de televisión, Miguel Mora. Le robaron la cámara (tercera a esta empresa) y le metieron un puñetazo que le partió el tabique nasal. Su camiseta blanca e bañó en sangre.

Al camarógrafo del Canal 23, Róger Sánchez, lo sacaron del interior del templo y su cámara de televisión fue estrellada contra el piso una y otra vez. Dentro de la iglesia un joven gritó “Eran delincuentes, no eran estudiantes” y un grupo de mujeres repitió. Fue estremecedor escuchar esa consigna al revés. El mismo joven instruyó que buscaran armas. “Vamos a revisar todo”, exhortó. Una joven gritaba desaforada, “Soy del pueblo” a las 11:45 de la mañana, mientras varios de sus compañeros buscaban con afán detrás de la sacristía.

“Come santos, caga diablos”

Los curas, alineados de espaldas al altar, eran increpados. “Respete”, contestó uno de ellos a una ofensa de una mujer, quien le replicó: ¿Acaso ustedes nos han respetado? Un grupo de personas con unos mantos sobre la cabeza están en una pequeña capilla junto al altar, monjas y curas habían colocado bancas alrededor para protegerlas.

“Estamos cansados de tanto odio”, dijo un adulto de camiseta rayada. “Aquí hay armas señores”, afirma un hombre pasando su mirada escrutadora sobre los curas. Otro acusó a varios defensores de DDHH de criticar al gobierno porque les pagan. Uno de ellos responde que documentan las denuncias que hace la población. “¿Dónde estaban ustedes cuando los delincuentes nos tenían amenazados?, les dijo una mujer apuntándoles con un dedo de su mano derecha.

Otra mujer les dijo a los curas: “Dios es amor y ustedes no lo practican” y agregó: “Asesinos”. Un hombre la siguió con más ofensas, entre ellas: “Come santos, caga diablos”. Un joven dijo en alta voz: “Nosotros vamos a abrir ese subterráneo”, pero no se supo más al respecto”. “Después reveló, “Queremos sacar al padre”, en alusión al párroco local. Otro sugirió “Hay que revisar el campanario”.

Un poco antes del mediodía se vivió el momento más dramático cuando ingresó un grupo de paramilitares, jóvenes con voz de mando, dando órdenes a gritos, imperiosos, que saltaron las bancas y les quitaron los trapos que tenían en la cabeza las personas que estaban en la capilla. El ambiente se llenó de miedo. Cualquier cosa podía pasar. Gritaban. Uno de los tipos portaba en su mano derecha una pistola negra Glock.

“Soy periodista”

Eran mujeres las de los envoltorios de ropa en la cabeza. Se sorprendieron los encapuchados pues esperaban encontrar a muchachos que estuvieron en las barricadas. Al parecer las muchachas y señoras eran médicas y paramédicas del puesto de atención ubicado en esta iglesia, pero en ese momento los tipos no asociaron. Solo había un joven al que sacaron a la fuerza aunque él se aferraba a una mujer que podía ser su mamá. Como energúmeno un hombre agarró del cuello a la señora y los arrastró a ambos. A Tiffany Roberts, de Univisión, la sacaron por grabar esta escena. La publicó después.

Le ordenaron al muchacho salir a la calle, él se resistía, su madre o parienta gritaba angustiaba. Él arrugaba la cara. Tenía miedo. Cualquier cosa podrían hacerle. ¿Qué habrá sido de él? “Fuera, fuera hijoeputas, les decían. Los encapuchados los dejaron y llegó un hombre mayor, quien les dijo: “Tienen que salir de aquí” y se los llevó. Y ninguno de nosotros intervino, tal era el horror que se vivía.

Estaban nerviosos los paramilitares, buscaban armas, deambulaban de un lado a otro en el interior de la basílica. Uno de ellos llevaba unos binoculares, otro una varilla de hierro en su mano derecha y otro más un fuete, de esos que se utilizan en la doma de caballos.

“Dejá de grabar”, le ordenó uno de los encapuchados al periodista Alfonso Baldioseda, de radio Corporación, quien estuvo transmitiendo por Facebook Live desde el interior del templo. “Soy periodista”, le contestó. “No grabés”, ordenó el hombre, le tiró un manotazo, pero no logró quitarle el celular. Después algo lo distrajo y se fue. También fueron vejados periodistas del Canal 12, Confidencial y La Prensa.

Con los paramilitares llegó encapuchado, como uno de ellos, un periodista venezolano

Parecía que el joven comunicador del Canal 51 (de la iglesia Católica). Érick Figueroa, estallaría en llanto en cualquier momento, estaba casi en trance. No era para menos: lo guiñaron y lo golpearon en la cabeza. Logró evadir a las turbas cuando se pegó a un cura y pudo entrar al tempo.

Con los paramilitares llegó también, cámara en mano y encapuchado, Oswaldo Rivero, apodado “Cabeza de mango”, un agitador y propagandista oficialista venezolano, que fue identificado por varios de los que estaban por el altar de la basílica. En una muestra de lo que puede pasar en estos ambientes extremos, otro parapolicial, no informado del invitado especial que tenían, lo agredió verbalmente y casi logró quitarle el pasamontañas que resguardaba su identidad, pero de inmediato intervino el jefe para indicarle que era uno de ellos. Entonces lo dejó en paz.

Afortunadamente, cuando la intimidante presencia de los paramilitares crispaba los nervios de los presentes, y se temía lo peor, uno de ellos ordenó. “¡Vamonós, vamonós!”, otro se negó, y él le insistió: ¡Vamonós, yo sé por qué te lo digo” y la orden se cumplió y detrás de ellos se fue también la primera oleada invasora, las turbas que entraron antes que ellos, excepto tres jóvenes y una señora, que por alguna razón se quedaron. Con ellos se fue “Cabeza de mango”.

Durante esa salida intempestiva, varios turberos pasaban ofendiendo al cardenal Brenes, quien, aunque se miraba afectado y tenía sucia la sotana blanca en la parte derecha de la espalda, les dedicaba una sonrisa, incluso extendía un brazo, los tomaba por la nuca y los acercaba, abrazándolos. Una muchacha se resistió, pero bajó la voz y el tono ante la actitud de Polito. Ninguno de los dos grupos profanadores encontró las tales armas que supuestamente buscaban.

Policía y paramilitares prepararon agresión a los obispos y el Nuncio

Uno de los integrantes de la turba que se quedó en el templo es Rony Alexander Mendieta, que al inicio era el más apurado por “encontrar las armas”. Ahora lucía preocupado, dijo que su familia podía ser atacada porque en un medio de comunicación se informó su participación en la agresión a los obispos y sacerdotes. Un defensor de Derechos Humanos tomó nota de su denuncia.

El Nuncio y el obispo Báez tuvieron varios intercambios con voces bajas y rostros de preocupación. El cardenal Brenes o el nuncio Waldemar Sommertag, que tienen línea directa con Ortega, lo llamaron y de la oficina de este alguien se comunicó con la Policía. Fue por eso que los paramilitares tuvieron que salir en estampida. Luego llegó un oficial de esta institución, que hasta ese momento se habían mantenido a la expectativa, cómplice de todo el atropello, y comenzó a organizar la salida.

Minutos antes de la llegada de los religiosos a la Basílica, a las inmediaciones del templo la Policía llevó dos rastras, una con una cárcel móvil, donde esperaban encerrar a todos los que ellos creían que estaban refugiados en la iglesia, que realmente solo eran el personal que dio atención médica a heridos; y otra que había funcionado como una estación policial móvil.

El obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, quien más temprano había oficiado misa para las madres que reclaman a sus hijos en El Chipote, al darse cuenta de los hechos alarmantes en la basílica de Diriamba, fue a pedir apoyo a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas y con uno de sus funcionarios se dirigía al lugar de la vejación, cuando se encontró con el microbús en que viajaban sus pares, unos kilómetros adelante de El Crucero. ¿Qué platicaron los curas  durante la travesía de regreso a la capital?

¿Por qué la población no socorrió a los obispos?

En una capilla de la catedral de Managua obispos y sacerdotes oraron y cantaron. Largo rato estuvieron hincados. ¿Qué pensaban? Pronunciaron la oración del Santísimo, explicó un sacerdote. Brenes se refirió brevemente a lo ocurrido y mencionó a “las turbas agresivas”. Luego dijo: “Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen”. A esa misma hora ardían medicinas junto a bancas de madera de la iglesia católica de Jinotepe, incendiadas por turbas y para militares que violentaron el templo y quebraron vitrales e imágenes.

¿Por qué la población no socorrió a los obispos? No podían: primero, policías y paramilitares habían patrullado la ciudad; y segundo, estos mismos impedían el acceso a la basílica. Además, el pueblo estaba traumado –lo está y lo estará por varios días—ante la invasión paramilitar de este domingo.

A la salida de los obispos y curas de la basílica les enrostraron que para poder hacerlo estaban necesitando de la Policía y les dijeron “Hijoeputas golpistas”. Momentos después se escuchó el coro premonitorio: “¡Se que-da, Da-niel!”,  “¡Se que-da, Da-niel!”,  “¡Se que-da, Da-niel!”.

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